Son las 18,56 horas de la tarde, tomo un pequeño y deteriorado taxi en el Parque Lincoln, en Polanco. Uno al ver ese vehículo tan diminuto y ridículo incluso se podría echar a reír.
¿A dónde la llevo? me pregunta el taxista... y sorteamos el tráfico de las calles subyacentes en silencio hasta que de pronto... el señor taxista le da por decir. "¿Ve esta calle? Hace 60 años yo tenía 10 años y sólo pasaba por aquí un carro cada 20 minutos". Qué razon tiene... A partir de ahí nuestra conversación estuvo un rato centrada el la locura consumista y capitalista de poseer un coche por miembro de la familia y lanzarnos a manejar a una ciudad de tantos millones de personas, cada una con su carro y con prisa por llegar a su destino. Un mundo loco.
Pasaban los minutos dentro del taxi y el silencio nos volvía a rodear. Subimos por Homero y en el cruce con Solón me advierte. "Mire, mire, un rabino... Oiga, ¿usted cree que ese hombre sea feliz? ¿Y será limpio?" Pequeñas preguntas que en sí encierran un mundo para reflexionar, lo decía un señor católico puesto que colgaba de su retrovisor un crucifijo. Pero no quedaba ahí la cosa. "Mire, tengo un vecino judío y una vez le pregunté ¿ustedes se volverían a ir a Alemania o se agarrarían a madrazos? ¿son felices en México? Y me dijo que aquí están bien y que sólo quieren vivir en paz" La conversación continúa por esos derroteros y estaba interesado en que yo le censara el número de judíos en la Ciudad de México y en el resto de la República. Cuando estábamos terminando nuestro análisis de la cultura judía me introduce a su vecina, una señora musulmana, procedente de Marruecos, esposa de un diplomático de aquel país sito en México. "Mi vecina marroquí va a todas partes con su velo en la cabeza, sabe usted, y es bien tranquila, tiene tres hijos y ella misma los lleva al colegio en la mañana. No hacen ni un ruido." Qué simplicidad de razonamiento pero qué gran verdad encontré en todo el transcurso de la conversación. Convivencia de culturas tan diferentes en esta lado del charco, judíos, cristianos y musulmanes. Algo que en otras partes del mundo parece hoy imposible y nos tiene hablando de armas nucleares y milicias de Hezbolah. La simplicidad de ver a las personas por lo que son en el fondo y no dejarnos llevar por velos, crucifijos ni el biber hit (sombrero judío), todos esos prejuicios de religión que nos han cegado durante tantos años y han dado como consecuencia incluso guerras mundiales. El simple y llano deseo de vivir en sociedad y en paz, en convivencia.
Llegamos a mi calle. "¿Sabe usted que en este camellón hay un río entubado?" Obviamente no, pero este señor taxista parecía saber más del mundo a bordo de su taxi que muchos diplomáticos y dirigentes sentados en su despacho de Naciones Unidas.
Son 40 pesos señorita. 19,25 de la tarde. Fin del trayecto. Qué barato sale arreglar el mundo si quisiéramos.