viernes, 4 de mayo de 2012

La Habana, una ciudad para amar y para odiar


Fotos: Marian Castro
Puntual a la hora, la azafata anuncia por megafonía “Bienvenidos a La Habana” y un estruendoso aplauso y vítores inunda la cabina del avión. ¿Cuántas veces ocurre que la gente está deseosa de poner un pie en esa vieja Habana que en su día muchos de ellos tuvieron que abandonar y renunciar por una vida mejor?
La Habana es eso, una dama demacrada, descolorida y rancia que al mismo tiempo mantiene un corazón joven que sigue latiendo al compás del guaguancó, de la jarana de su bodeguita y de su cañonazo de las nueve. Te envuelve con sus callejuelas que un día fueron esplendorosas y llenas de historias que hoy se han tornado tristes. Tras esa reja… se malvive con un kilo de arroz, yuca, un poco de ron y papas. La vida está en la calle porque tras esa puerta sólo hay impotencia de conseguir una vida mejor para los hijos. Sin embargo, me encuentro en sus miradas ese brillo y orgullo de su tierra, guerrera, luchadora. ¿Qué pueden hacer? Viven con el miedo a un sistema que se ha tornado una pesadilla y aún más pavor de lo que pueda pasar después. Por eso, para no pensar mucho en sus desgracias, las noches y los días se confunden con el humo del cigarro y los tragos de ron de caña 100% cubano. De balcón a balcón se oyen quejíos de lo perra que es la vida, tampoco se escapa alguna palabra dulce para esa vieja de color azabache y andares parsimoniosos que busca la sombra de cada esquina. La vida pasa en un lento vaivén de sus olas en el malecón, unos días sigilosas y otros días maltratan sin misericordia sus calles.

 ¿Qué es La Habana para el turista? Algo muy diferente. Atraídos por esos desconchones de fachadas heridas por el salitre buscan los pasos de los bohemios que algún día vivieron en esta ciudad centenaria. Ernest Hemingway nos lleva por la calle del Obispo con un daiquirí en la Floridita hasta el hotel Ambos Mundos a tomar un rico sándwich en su terraza, para después seguir la pachanga en la Bodeguita del Medio. Otros descubren en sus artesanías la esencia del atractivo envolvente de La Habana retratado en lienzos a cualquier precio. Muchos otros turistas se encuentran vagando por la ciudad en bici-taxis, coco-taxis o cualquier vehículo inventado por la ingeniosa necesidad de sacar unos pocos pesos al complaciente turista. Del Paseo del Prado al Capitolio, del Capitolio a la Fábrica de Partagás, un paseo por el parque de la Fraternidad y de vuelta al Hotel Nacional. Hay que hacer un verdadero ejercicio de imaginación para visualizar los edificios coloniales que son patrimonio cultural de la humanidad, que como dicen aquí, con un lavado de cara esta vieja vuelve a lucir pero bien guapa.
Llevo sólo dos días en La Habana y su embrujo ya me ha cautivado. Es cierto, qué curioso, que tierra esta que te da un revés en la dignidad humana y al mismo tiempo te consiente con la alegría de sus ritmos rumberos y sus sabrosos mojitos.

Amada y odiada a la misma vez. Esta Habana de hoy tengo la certeza que será sólo en difuminado recuerdo de lo que será algún día. Volverá a resplandecer y esa gente que hoy llega emocionada a reencontrarse con los suyos por unos días o esas otras jóvenes cubanas que con lágrimas en los ojos abandonan su tierra por un futuro mejor; todos ellos disfrutarán un día de las noches en La Habana. Con esa esperanza, de color turquesa de sus costas caribeñas me voy, con esa esperanza de volver y no tener que hacer nunca más estas fotos.