Fotos: Marian Castro
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Puntual
a la hora, la azafata anuncia por megafonía “Bienvenidos a La Habana” y un
estruendoso aplauso y vítores inunda la cabina del avión. ¿Cuántas veces ocurre
que la gente está deseosa de poner un pie en esa vieja Habana que en su día
muchos de ellos tuvieron que abandonar y renunciar por una vida mejor?
La
Habana es eso, una dama demacrada, descolorida y rancia que al mismo tiempo
mantiene un corazón joven que sigue latiendo al compás del guaguancó, de la
jarana de su bodeguita y de su cañonazo de las nueve. Te envuelve con sus
callejuelas que un día fueron esplendorosas y llenas de historias que hoy se
han tornado tristes. Tras esa reja… se malvive con un kilo de arroz, yuca, un
poco de ron y papas. La vida está en la calle porque tras esa puerta sólo hay
impotencia de conseguir una vida mejor para los hijos. Sin embargo, me
encuentro en sus miradas ese brillo y orgullo de su tierra, guerrera, luchadora.
¿Qué pueden hacer? Viven con el miedo a un sistema que se ha tornado una pesadilla
y aún más pavor de lo que pueda pasar después. Por eso, para no pensar mucho en
sus desgracias, las noches y los días se confunden con el humo del cigarro y
los tragos de ron de caña 100% cubano. De balcón a balcón se oyen quejíos de lo
perra que es la vida, tampoco se escapa alguna palabra dulce para esa vieja de
color azabache y andares parsimoniosos que busca la sombra de cada esquina. La
vida pasa en un lento vaivén de sus olas en el malecón, unos días sigilosas y
otros días maltratan sin misericordia sus calles.
Llevo
sólo dos días en La Habana y su embrujo ya me ha cautivado. Es cierto, qué
curioso, que tierra esta que te da un revés en la dignidad humana y al mismo
tiempo te consiente con la alegría de sus ritmos rumberos y sus sabrosos
mojitos.
Amada
y odiada a la misma vez. Esta Habana de hoy tengo la certeza que será sólo en
difuminado recuerdo de lo que será algún día. Volverá a resplandecer y esa
gente que hoy llega emocionada a reencontrarse con los suyos por unos días o
esas otras jóvenes cubanas que con lágrimas en los ojos abandonan su tierra por
un futuro mejor; todos ellos disfrutarán un día de las noches en La Habana. Con
esa esperanza, de color turquesa de sus costas caribeñas me voy, con esa
esperanza de volver y no tener que hacer nunca más estas fotos.