¿Qué es lo que te motiva a tatuarte por primera vez? Algo que tanto has rechazado cuando ves una piel garabateada en un torso desnudo, ocultando su identidad, en exceso adornada... Siempre vi un absurdo ser un lienzo pintado. Sin embargo, un día te levantas y dices, tengo que darme una lección a mi mismo. Un sentimiento crece dentro, una idea...un recuerdo tal vez y necesitas verlo plasmado en tu piel, no olvidar algo... no olvidar de donde provienes (en este caso). Un cambio, un punto de inflexión. Nunca lo podría olvidar, ni lo olvidaré... pero a veces tanta nostalgia duele y ese profundo dolor sentía que debía convertirse en tinta negra sobre mi piel.
El nervio de los momentos previos te taladra ¿haré bien? Es para toda la vida... Una bandada de mariposas en tu estómago no te dejan ni respirar, el pulso acelerado y la mente sólo puede concentrarse en el dolor y no en la certeza de que es una decisión meditada, tomada desde el corazón. Enfrentarse a un miedo es difícil, las ideas para abandonar son continuas, no soportar el dolor, la compañía eterna de un tatuaje en tu piel. Pero ahí estás, sacando fuerzas de flaqueza, enfrentando todo y centrándote en lo que importa: esos nobles sentimientos que te han impulsado a estar sentada en un estudio de tatuajes, mirando el reloj, esperando tu turno (tic, tac, tic, tac). Ya no voy a salir por esa puerta, no hay marcha atrás, estoy aquí. Decisión.
No paras de oir ese ruido de las agujas taladrando tu mente... ese olor a tinta fuerte penetrar hasta lo hondo de tus pulmones. Te dices a ti mismo a gritos, ¡¡vámos!!!! Mira ese hombre que lleva horas ahí tumbado tatuándose la espalda. Todo tiene un sentido... ¡¡Valor!!!
Sonríes nerviosa a todos los que te miran como un extraterreste...¿me estoy equivocando? Otra vez las mismas dudas, pero una luz resiste en el fondo de ese torbellino de cuestionamientos impulsados por el temor. Es mi tierra, es mi ciudad, mi gente, mis raíces... aquí estamos. La piel se eriza una última vez, blanca, impoluta y después empiezas a notar las primeras punzadas de esas agujas en tu piel. Ya no hay marcha atrás. ¿Duele?- te preguntan. No... no tanto... dices. El dolor no es superficial, no son las terminaciones nerviosas de tu piel las que ladran ese agudo estímulo de estar punzando las capas de tu piel, viene de más adentro. Cierras los ojos. Ves los rostros de esas personas que añoras, las que están, las que ya no... esa calle sigilosa, empedrada en las que visualizas unos pasos... Ese olor, azahar... el caer de la tarde. Eso duele de verdad y los ojos se te inundan en lágrimas. Las manos contienen tanta tensión aprentando una contra la otra en un cerrado puño, atrapando ese momento.
¿Estás bien? - vuelves a oir en la lejanía de ese silencio repentino del estudio. Sí, sí... (no me estoy haciendo la fuerte, ¿o sí? ). Continúa, dices. Pero el sudor frío que invade tu espalda y las sienes delata que está siendo un trago duro. Notas como tu piel arde, se hincha y ahí, echando una pequeña ojeada mientras el tatuador continua remarcando una y otra vez las líneas de tu recuerdo, ves como el negro intenso brilla como el azabache en tu blanca piel. Pones una media sonrisa, sientes esa pequeña satisfacción: he hecho bien.
Nunca imaginaste lo que era hacerse un tatuaje, pero ahora estás ahí, eres tú y te das cuenta que no es tan malo... que incluso repetirías. Esa mezcla de dolor pero placer que tanto atrae el instinto animal del ser humano, ese placer doloso, sádico. Comienzas a entender al adicto al tatuaje, lo estás disfrutando a pesar de las lágrimas que asoman a tus ojos.
Escuchas pasados unos 45 minutos, ya está. Te sobresaltas, ¿es todo? Terminado. Es el momento de enfrentar un nuevo paso en tu vida, convivir con ese dibujo en tu piel, el que mirarás un día y otro y recordarás toda esta amalgama de sentimientos. Ahí están, tus letras árabes. Asomando desde el empeine de tu pie derecho... tus raíces, tu gente... el lugar al que un día volverás. Córdoba.
PD. Muchas gracias Rech por hacer esta experiencia única.