El ruido del motor del ferry -que parte de Chiquilá a la isla de Holbox- es ensordecedor, 20 taladrantes minutos, eternos, por aguas mansas o de bonanza (como le llaman los locales a esos días de inmensa calma). Por eso mismo, al poner un pie en Holbox el silencio es más ensordecedor si cabe, la soledad más infinita. Sólo perturba el ruido del motor de un "car club" - carrito de golf reventado- el de una motoreta, más quemada aún, por el polvo de concha nácar entremetido en su motor.
Fotos: Marian Castro. |
Sin duda, lo mejor es caminar descalzo para sentirte más pegado al suelo, más vivo al pisar esas conchas que se clavan en las plantas de tus pies, esa arena fina y blanca resbalando entre los dedos y haciendo por momentos más suave el camino. Quizás un espejismo... el camino al paraíso no es fácil. Tampoco en bicicleta sin frenos.
Ese sol puede ser arduo mientras recorres el camino arenoso, entre manglares, ramas secas... Te das cuenta que muchos son los miedos -peligros que enfrentas- en este paseo por la isla del paraíso interior. Adentrarte en un mar sereno pero infinito, de azules que se confunden con el cielo, y al entrar tus pies atrapados por metros de algas secas, manterrayas acechantes, agua turbia a veces, cristalina y clara en otras... "Son sólo algas" Te repites en voz alta una y otra vez, sacando coraje de dentro y fuerzas de flaqueza, de muy adentro, casi de las tripas.
Cruzar ese río, de pestilentes aguas y aún mas turbias, con más cadáveres de algas flotando ante tus ojos...
¿Qué profundidad tiene ese río? ¿Será fuerte su corriente? ¿De dónde nacen tantos miedos?
No lo sé, pero como personas maduras lo enfrentamos, lo superamos, recorremos el camino. La noche, la oscuridad de muchas de las noches de Holbox se vence continuando el camino, y quizás uno de esos días, un "ratito" se desnude ante ti y te deje ver el firmamento de estrellas y luna risueña que corona su noche.
Todo merece la pena en el paraíso: ver volar sus aves a ras de mar, su aire limpio y agitando suave tu cabello, su serenidad, el silbido de las hojas de palmeras meciéndose, esa caracola que guarda secretos y los susurra en tu oído... y la pizza de langosta del Edelyn en esa acogedora plaza del pueblo donde el tiempo algún día se detuvo; el tiburón ballena disfrutando de su ciclo vital... tantas cosas...
Holbox, el paraíso maya en el ombligo de la Luna, en mitad del mar... varado. Lugar de encuentro, tal vez, de búsqueda de la paz, el sosiego, el paraíso interior. Miedos vencidos, heridas curándose en sal y pasos en firme. Creo que esta barca está por partir al horizonte.
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