Según muchas publicaciones de los
últimos días, un titular escalofriante nos advierte que el hambre mata más personas en México que el narco. Sin embargo, vemos como el verdadero problema
de este país el narcotráfico, como dicen muchos, es más mediático, menos
vergonzante que reconocer que hay gente que no tiene al día nada que llevarse a
la boca. Una sociedad, la mexicana, clasista y con grandes diferencias entre
los que tienen y les sobra, y los que piden en cualquier semáforo del Distrito
Federal.
En la última década fallecieron
más de 85 mil mexicanos por falta de alimentos, mientras que algo más de 49 mil
perdieron la vida por enfrentamientos armados. Una situación que permanece
latente y a la que a menudo se le da la espalda pero que en las últimas semanas
se ha destapado por la crítica situación de la población rarámuri de la Sierra
Tarahumara. No obstante, es algo que todos saben y de lo que nadie habla. Es
más, a muchos de esos acomodados mexicanos que disponen de chófer y señora de
la limpieza les he oído afirmar que los que piden en el semáforo lo hacen por
propia voluntad. No me lo creo.
La verdadera situación que lleva
a la mendicidad y la pobreza a estas personas está en la política social, casi nula,
en este país. Sin suficientes subsidios, una precaria seguridad social para los
millones de mexicanos afectados, ni estado de bienestar como acostumbramos en
los países europeos, pocas posibilidades les quedan a estas personas más que
pedir en la calle. Las desigualdades entre los diferentes estados de la
República mexicana también hacen más probable que esos municipios que rallan la
pobreza extrema estén olvidados y abocados a seguir en esa situación. Porque si
no producen, no tienen subsidio gubernamental y si para colmo son azotados con
catástrofes naturales como huracanes o sequía, nos dibujan un paisaje de
extrema pobreza.
No digo que el ciudadano mexicano
que ha tenido suerte en la vida, educación y posibilidades de ascender a la
clase favorecida no disfrute de sus beneficios; pero bien es cierto que los
desequilibrios entre clases son demasiado abismales y deberían de garantizar
los mínimos derechos humanos, como el alimento. Y mientras estamos muy preocupados
por el narcotráfico y sus víctimas, cuando el verdadero enemigo, el más
peligros, el silencioso… es el hambre.