Suenan las campanas en el
crepúsculo y anuncian que es jornada de oración. Jueves santo y tanto los 160
mil habitantes de la ciudad de San Miguel Allende como numerosos turistas,
participan de la tradicional visita a las 7 casas, o 7 templos donde se rinde
culto a la poco exuberante imaginería religiosa que procesionará el Viernes
Santo. Aquí nos hay mantos de terciopelo bordado, ni ostentosas coronas de oro
y piedras preciosas, no hace falta. Tampoco es necesario un palio labrado en
plata, la sencillez de la madera poco tallada es más que suficiente para la fe
cristiana de estos mexicanos. Esta ciudad colonial fundada por los franciscanos
españoles en 1542 permanece arraigada a sus costumbres y tradiciones, herencia
del más puro colonialismo español, que siguen vigentes en momentos como la
Semana Santa. Acostumbrados al derroche de lujo y belleza de las cofradías
andaluzas, me ha sorprendido encontrar en este rincón de México las raíces más
profundas de la Semana de Pasión.
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Entrada Oratorio San Felipe Neri. Foto. Vicente Gimeno.
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Una vez rezado el rosario en las
siete casas y presentado como ofrenda un ramillete de manzanilla cortada de las
laderas de los cerros que rodean San Miguel, nos encaminamos a la plaza
principal de san Miguel de Allende, el Jardín como aquí le llaman. Coronado con
una espectacular iglesia neogótica que cuentan, Zeferino Gutiérrez logró
construir aprendiendo este estilo viendo postales de las catedrales europeas.
Aquí relajamos la vista, y el hambre porque la religiosidad y el paganismo
siempre se han dado la mano en eventos de esta magnitud en el México colonial.
Nos acercamos a un puesto de la calle a comernos un atole o unos tacos. Sin
embargo, son muchos los creyentes que guardan vigilia pascual sin probar un bocado
de carne y que consiguen un trozo de pan en los templos que visitan en esta
larga noche de Jueves Santo.
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Fotos: Marian Castro.
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El gallo canta bien temprano y
despierta la ciudad bajo un sol de justicia en este viernes santo. Aún encontramos
voluntarios ultimando los preparativos para las dos procesiones que recorrerán
el casco histórico de San Miguel de Allende, el Santo Encuentro en la mañana y
el Santo Entierro al atardecer. De nuevo la participación ferviente de todo el
pueblo, desde niñas hasta mayores y cómo no, también la muy presente sociedad
norteamericana se anima a participar en la procesión vestidos de romanos “blancos”,
eso sí. Presenciamos la pasión de Cristo personificada por vecinos
sanmiguelenses que representan el recorrido de Jesús de Nazaret al monte
Calvario, y estas empedradas calles sí que son un calvario. La cruz a cuestas
llevada con sinceridad desde dentro del corazón, los latigazos sufridos en
carne propia que salpican gotas de la sangre que Cristo derramó por la
humanidad… todo eso denota sus miradas al paso del cortejo. La muchedumbre que
se agolpa no puede más que ver el paso del Santo Encuentro conteniendo la
respiración.
La tarde del Viernes Santo es
aquí el momento más importante de la semana de pasión, por ello qué menos que
ataviarse con las mejores galas. Las señoras y señoritas de todo el pueblo
lucen sus modelos de riguroso luto acompañados de unos vertiginosos tacones
(eso sí que es penitencia). Expectación y silencio para ver procesionar al
Santo Entierro, acompañado por un coro de niños cantores. No se oyen aplausos,
ni vítores de guapa… quizás el atisbo de una saeta al estilo mexicano, pero no
es necesario alardear, aparentar… es sencillamente fe. Le sigue al cortejo la Virgen,
sencilla en su dolor, sin apellidos, así como el resto de apóstoles y mujeres
que acompañaron a María. Casi dos horas de lento caminar por el corazón de San
Miguel de Allende.
El sábado por la mañana se le da
el pésame a la Virgen María y las mujeres entonan cantos marianos para
acompañarla en su dolor. Pero la noche se prende del llamado Fuego Nuevo en San
Miguel. Cientos de cirios pascuales procesionan frente al Oratorio de San
Felipe Neri hasta que la iglesia se ilumina y comienza la Misa del Gallo. Es la
víspera del gran día, el momento en que Jesús resucita y todo el dolor de esta
semana de pasión se diluye.
La mañana del Domingo de Pascua
de Resurrección amanece cálida y celeste, algunos repiqueteos de campanas
anuncian desde temprano que es el día más importante que celebran los
cristianos, la Resurrección del hijo de Dios. Pero de nuevo el paganismo… a
mediodía se ajusticia en la plaza del pueblo a los “San Judas” que se les quema
como venganza a la traición de Cristo.
En la retina ya quedaron esas
imágenes grabadas, en la mente un fervor puro, sin excesos que contradigan el
verdadero sentir cristiano, que es compartir con los más pobres. Aquí quizás lo
viven así porque están acostumbrados a lidiar con ese calvario: el que linda
con la pobreza. Por ello, creo que el que buscan la verdadera fe y el sentido
de la Semana Santa, la puede venir a buscar a San Miguel de Allende. Y amén.
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