martes, 11 de marzo de 2014

Historias de taxi (II parte)

Una vez más me aventuro por la ciudad de México en un galopante taxi medio "escacharrado". La destreza al volante de su conductor es sorprendente pero también lo es su aspecto físico en el que me he fijado nada más subirme. Lo escaneo porque no es el prototipo de taxista mexicano al que estoy más acostumbrada. Se trataba de un señor de mediana edad, pelo canoso, ojos azules, piel clara y de más de metro ochenta.

Cruzamos Mariano Escobedo, nos adentramos en Polanco y a la altura de Molière nos cruzamos con el primer judío ortodoxo vestido de negro. Vuelve a surgir la conversación...

- Mire, están por todas partes... Yo en mi taxi no subo ya a esta gente. Son "canijos" para pagar, muchas veces después del viaje me dicen que no llevan dinero y no me pagan, o si lo hacen, me hacen darle de cambio hasta el último céntimo. 

A lo que respondo: Sí, miran mucho por su dinero. De nuevo caí en la cuenta de que a diario convivo con esta gente y sigo sin conocer sus orígenes, su filosofía, sus tradiciones... su verdadera imagen alejada de los clásicos tópicos que se reproducen en estas conversaciones casuales.

- No, yo ya no paro para subirles al taxi. Llegaron en oleadas y han sabido meterse en todas partes, todo lo corrompen. Son empresarios y tienen fábricas y negocios en los que se han hecho ricos. Pero son muy "codos" y mala gente. No me extraña que el Hitler que los vio desde niño, quisiera acabar con ellos, fíjese. 

Me sobresalté del cariz que estaba tomando la conversación. Dije que eso no justificaba una matanza como la de los campos de exterminio, un crimen para la humanidad. Le advertí que desconocemos cómo son realmente, que eso nos hace dudar de ellos y hay que intentar convivir con otras culturas. 

 - Hitler sabía y los conocía bien, por eso los metía en trenes y los llevaba a campos de exterminio... Fíjese creo que estoy de acuerdo con lo que hizo... porque él vivió con ellos desde niño

Sinagoga Polanco.
Pagué lo más rápido que pude y dejé hasta propina con tal de salir de aquel taxi, porque ahora había empezado a hablarme del cristianismo que procesaba y la Iglesia a la que pertencía. Pronto tendríamos nuevamente una guerra de civilizaciones... 

Vuelvo a hacerme la misma pregunta. Cómo el desconocimiento nos lleva a esos límites, a ser xenófobos y racistas, pero no es mi caso, ojo. Aunque lo confieso, sigo hecha un lío. Igual un día encuentro un taxista con otro discurso más meritorio del Nobel de la Paz y quizás resuelva todos los enigmas que tengo con mis  vecinos los judíos ortodoxos de Polanco.


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